jueves, 29 de octubre de 2009

Las 7 Leyes del Exito

SEPTIMA PARTE

QUINTA LEY DEL EXITO

La ley número cinco: para emergencias

Se podría suponer que si uno tiene un objetivo, y con él la ambición para lograrlo, y que si después se entrena, se educa y trata de perseguir su objetivo, se mantiene en buen estado de salud y se impulsa constantemente hacia su meta, estaría en posición de alcanzarlo.
Sin embargo, por indispensables que sean estas cuatro leyes, no son suficientes.
Nos enfrentamos constantemente a peligros, obstáculos, problemas imprevistos o reveses. Podemos estar procediendo con toda la exactitud requerida, cuando de repente ¡ZAS! … se presenta una complicación imprevista, surge algún incidente inesperado y nos detiene o nos hace retroceder. Por lo tanto, para hacer frente a estos problemas que se presentan continuamente, entra en juego la quinta ley del éxito, la ley para las emergencias: ¡ingenio!

Cuando se presentan complicaciones, obstáculos o circunstancias imprevistas que parecen bloquearnos el paso, necesitamos ingenio para resolver el problema, sobreponernos al obstáculo y continuar hacia la meta. Recuerdo la ocasión en 1924 cuando viajamos 18 días en un viejo automóvil Ford “Modelo T”. Íbamos desde Iowa hasta Oregón y se presentaron un sinfín de emergencias con el motor, sin mencionar llantas desinfladas o reventadas. Teníamos que resolver las dificultades “parchando” las cámaras de las llantas o reparando el motor a la vera del camino.
Además aprendí una lección sobre determinación e ingenio durante mi primera visita a las cataratas del Niágara. Paseaba en la isla de Cabras que divide el río precisamente arriba de las cataratas.

En un punto había una roca enorme. Parecía una barrera infranqueable para el río que fluyendo rápidamente, caía en cataratas, formaba raudales y luego llegaba al lago Ontario.
Observé intrigado. ¿Se paraban o se daban por vencidas las rugientes aguas? ¡Jamás! Me emocionaba ver las aguas arremolinarse alrededor de la enorme roca y precipitarse sobre ella, o descubriendo un agujero a través de ella, arrojarse con estrépito y fragor hacia su destino.
La empresa IBM ideó un famoso lema que se encuentra en muchas oficinas y negocios. El lema es: “piense”, pero se suele escribir como: “piemse”.

Cuando se presenta alguna emergencia se requiere una mente despejada, nervios calmados, decisiones rápidas y razonamiento lógico. Lo que se necesita es ¡ingenio!
Se necesita una mente serena, capaz de evaluar todos los hechos y tomar una decisión sabia.
¿Conserva usted su calma ante tales emergencias o suele excitarse hasta perder el control de sus emociones? ¿Piensa usted rápidamente, con claridad y lógica, o se le paraliza la mente?
Para tener éxito necesitamos cultivar la habilidad y el hábito de permanecer ecuánimes, pero listos para entrar en acción con vigor, tomando la decisión adecuada y ¡apegándonos a ella!

Continuaremos...

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Las 7 Leyes del Exito

SEXTA PARTE

CUARTA LEY DEL EXITO


Una persona puede escoger su meta, y el tenerla presente seguramente le despierta una enorme ambición por alcanzarla. Esa persona puede empezar por educarse y entrenarse con el propósito de alcanzar su meta, e incluso puede disfrutar de buena salud; sin embargo, es posible que aun así no progrese hacia su objetivo.

Después de todo, el éxito es realización, es acción. Se dice que cualquier pez perezoso puede flotar río abajo, pero que sólo el pez vivaracho nada río arriba. Una persona inactiva no triunfa en nada. El triunfo requiere que se haga algo. Llegamos, pues, a otra ley, la cuarta ley del éxito, que es ¡empuje!

Un esfuerzo a medias nos puede impulsar un poco hacia nuestro objetivo, mas nunca lo suficiente para alcanzarlo. El jefe ejecutivo de una organización próspera y vigorosa siempre despliega empuje. Constantemente se impulsa, y no solamente a sí mismo sino a aquellos que están bajo sus órdenes, pues de otra manera podrían rezagarse, relajarse y acabar por estancarse.
Tal ejecutivo puede sentirse amodorrado y detestar el tener que levantarse por la mañana, pero rehúsa ceder ante las flaquezas de la carne.

Recuerdo las luchas que yo tuve con esta situación. Sucedió cuando tenía 22 años, durante uno de mis viajes como “hombre de ideas” de la revista que representaba. Tenía una lucha constante con la modorra. Había adquirido el hábito de contestar las llamadas que me hacían en los hoteles para despertarme, tirándome nuevamente a la cama a dormir. Después compré un despertador que siempre llevaba conmigo, pero pronto me acostumbré a levantarme a apagarlo y después echarme otra vez a la cama sin darme cuenta de lo que hacía. No estaba lo suficientemente despierto como para ejercer la fuerza de voluntad y forzarme a permanecer de pie, darme una ducha y despertarme por completo.

Aquello se había convertido en un hábito que necesitaba romper. Tuve que aguijonearme. Me hacía falta un despertador que no pudiera ser apagado hasta que estuviera lo suficientemente despierto para darme cuenta de lo que hacía. Por lo tanto, cierta noche llamé al botones del hotel. En esos tiempos se acostumbraba dar de propina un décimo, por lo que medio dólar surtía el efecto que lo haría hoy un billete de 20 dólares. Poniendo, pues, un medio dólar de plata en el tocador, le dije al botones:
—¿Ves ese dinero, muchacho?
—¡Sí señor!—me contestó con los ojos brillantes de expectación.

Después de asegurarme que él estaría de guardia a las 6:30 de la mañana siguiente, le dije:
—Si aporreas la puerta a las 6:30 hasta que yo te deje entrar, si te quedas en el cuarto e impides que regrese a la cama, y si no te vas hasta que me haya vestido, será tuyo el medio dólar.
Descubría que esos botones, con tal de obtener la propina, estaban dispuestos a luchar y hasta pelear conmigo para evitar que me volviera a acostar. Así, con ese aguijón que me hizo levantarme y movilizarme, ¡acabé con el hábito de la somnolencia matutina!

Muchos trabajadores nunca se superan en su empleo porque les falta empuje. Se detienen, trabajan lentamente, se aletargan y descansan cuanto les es posible. En otras palabras, si no tuvieran un patrón que los impulsara, probablemente morirían de hambre. Tales trabajadores nunca se convertirían en agricultores prósperos, porque un agricultor que busca el éxito tiene que levantarse temprano y trabajar hasta tarde, impulsándose siempre a sí mismo. Esta es la razón por la cual muchas personas tienen que trabajar para otros. Por cuanto no confían en sí mismos, otros, con más energía y visión, tienen que impulsarlos.

Sin energía, brío y empuje, no podemos esperar alcanzar el verdadero éxito.

Continuaremos…


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sábado, 24 de octubre de 2009

Las 7 Leyes del EXITO

QUINTA PARTE

TERCERA LEY DEL EXITO

La siguiente ley vital es tener buena salud.

Somos seres físicos. La mente y el cuerpo se complementan para formar el mecanismo físico más maravilloso que conocemos: el ser humano. Pero el hombre está hecho de materia; su existencia consiste en 16 elementos de materia orgánica que funcionan químicamente. El hombre vive por el aire que respira, que es en sí mismo el soplo de la vida. Si los fuelles que conocemos como pulmones no siguieran respirando el aire saturado de oxígeno, el hombre no viviría para lograr ningún objetivo. ¡Sólo un latido del corazón nos separa de la muerte! En tanto que los pulmones bombean aire, el corazón bombea sangre a través de un intrincado sistema de venas y arterias. Y esto, a su vez, debe mantenerse con alimento y agua.

De manera que el hombre ES lo que come. Algunos de los médicos y cirujanos más famosos han dicho que entre el 90 y el 95 por ciento de todas las enfermedades ¡son el resultado de un régimen alimenticio deficiente! Tal parece que muy pocas personas se dan cuenta de que el estado de su salud tiene mucho que ver con lo que comen. Casi todos han seguido el régimen, conforme a las costumbres de la sociedad, de comer de todo aquello que les sea agradable al paladar.

Los adultos no son más que niños crecidos. Obsérvese a un bebé de nueve meses. Todo lo que llegue a sus manos ¡se lo lleva a la boca! A mi hermano menor quizá no le agrade leer esto, pero recuerdo que cuando él tenía aproximadamente nueve meses se las ingenió para meterse en la carbonera, ubicada en el sótano de la casa. Allí lo encontramos tratando de comer pedacitos de carbón, ¡con la boca y la cara totalmente sucias!

Causan risa los chiquitos al verlos tratar de comerlo todo… desde cucharas de plata hasta pedazos de carbón. ¿Se reiría usted de quienes meten pequeños ratones en una salsa y, tomándolos por la cola, se los engullen como un suculento manjar? Si lo hiciera, ellos se reirían de usted y le dirían que los ratones comen cereales y alimentos limpios, en tanto que usted pone en sus salsas ostras escurridizas y viscosas, y otros mariscos asquerosos, considerándolos como un alimento delicioso.
¿Cree el lector que los adultos han aprendido más que los bebés de nueve meses? Si uno va a una tienda que tiene “especialidades” alimenticias, aun puede encontrar en ella productos como anguila y víbora de cascabel enlatadas.

¿Por qué suceden tales cosas? Como ya explicamos, los humanos no sabemos nada al nacer. ¡Todo lo tenemos que aprender! Pero la mayoría de nosotros no nos damos cuenta de esto, de tal manera que lo que no sabemos, ¡no sabemos que no lo sabemos! En una u otra forma la mayoría de las personas han crecido llevándose todo a la boca, y han llegado a la madurez comiendo todo lo que les parezca bueno y todo lo que ven a los otros comer. Ha habido muy poco estudio e instrucción sobre lo que debemos o lo que no debemos comer.

La mayor parte de las enfermedades degenerativas son enfermedades modernas. Constituyen el castigo por ingerir alimentos que han sido despojados de sus minerales en los centros de producción y que contienen exceso de almidón, azúcar (los carbohidratos) y grasas. Otras enfermedades son causadas por un tipo de desnutrición que surge de la falta de minerales elementales y vitaminas en los alimentos. Después la gente trata de restaurar las “vitaminas” a sus organismos tomando píldoras que compran en la farmacia.

En cierta ocasión un famoso director de un programa de “educación física” dio una conferencia en la Institución Ambassador. En su discurso nos hizo recordar que la profesión médica ha dado grandes pasos hacia la erradicación de las enfermedades contagiosas y, sin embargo, ha tenido muy poco éxito en su lucha contra el aumento de las que no lo son, tales como cáncer, enfermedades del corazón, diabetes y enfermedades de los riñones. Estas últimas son afectadas por una dieta deficiente.

Hay por supuesto otras leyes para la salud que incluyen dormir lo suficiente, hacer ejercicio, respirar abundante aire fresco, higiene y adecuada eliminación corporal, pensamientos correctos y vida ordenada. Recientemente correr se ha convertido en el deporte de moda como medio para mantener una buena condición física. Aun personas de edad leen libros de “expertos” autodidactas y comienzan a forzar sus corazones al correr varios kilómetros al día.

“¡Más ejercicio!”, gritan los aficionados a las novedades. ¿Por qué los humanos tienen la tendencia de ir hacia los extremos? El ejercicio es bueno, beneficia un poco, pero como la mayoría de las cosas, puede ser llevado más allá de lo razonable y benéfico. Una dosis excesiva puede ser perjudicial. Somos dados a pasar por alto el principio de la moderación en todas las cosas. ¿Cuál es el provecho de este esfuerzo excesivo que consiste en correr varios kilómetros cada día? Ciertamente promueve la circulación de la sangre, llevándola hasta las extremidades, lo cual es bueno. Estimular la circulación de la sangre sí es importante, pero también se puede destruir la salud cometiendo excesos imprudentes. Es tan peligroso hacer demasiado ejercicio como no hacer ninguno.

Se puede estimular la circulación de la sangre sin peligro y sin necesidad de esfuerzo extenuante. Nunca olvidaré una conferencia a la cual asistí cuando era joven. El conferencista había sido instructor de educación física y entrenador del presidente norteamericano Howard Taft. Inmediatamente después de que terminó la presidencia del Sr. Taft, este instructor se las ingenió para obtener una lista de todas, o casi todas, las personas centenarias en los Estados Unidos. Luego los visitó a todos personalmente y les preguntó a qué atribuían su longevidad. Uno le dijo que era porque nunca había fumado. Otro había fumado toda su vida y ya tenía más de 100 años. Otro era abstemio total, mientras otro había bebido cerveza y coñac toda su vida. Y por ahí iban todos.
Después de entrevistarlos, analizó sus apuntes y se sorprendió al darse cuenta de que sólo tenían una cosa en común, sin embargo, ninguno la consideraba como factor importante. Todos daban diariamente un vigoroso masaje a su cuerpo, algunos con una toalla después del baño diario y otros con un cepillo. Pero en una forma u otra, todos habían estimulado la circulación de la sangre, incluso hasta los extremos de los pies y de las manos, por medio del frote o masaje diario.

Muchos preguntan cómo yo, con más de 90 años de edad, todavía conservo la energía, el vigor y el ímpetu. De cierto existe más de una razón, aunque no corro ni me dejo llevar por novedades pasajeras. Yo camino, que es el mejor ejercicio para alguien de mi edad. Pero desde que oí aquella conferencia hace 60 años o tal vez más, he venido dándome un masaje diario. ¿El método? Con una toalla de tamaño generoso, después de la ducha diaria. Trato de dormir lo necesario. Tengo cuidado con mi eliminación (un aspecto muy importante). Soy muy cuidadoso con mi dieta y tengo un enorme aliciente, un propósito que me estimula en la vida, pues he aprendido cuál es el objetivo de mi existencia. ¡Ese propósito me espolea a estar activo!

Tengo una misión que cumplir, y ésta es más importante que mi vida misma. No queda mucho tiempo para efectuarla, pero tiene que ser cumplida y en efecto ¿SE CUMPLIRÁ! Además de todo esto, recurro a un poder mayor y más grandioso. Creo que esta es la respuesta.
Pocas personas se dan cuenta de que el enfermarse no es algo natural. Las enfermedades y dolencias vienen únicamente por el quebrantamiento de las leyes naturales del cuerpo y de la mente. Estas son las leyes físicas que regulan la salud. ¡La gente no ha aprendido que existen tales leyes! Suponen que un malestar o una enfermedad ocasional es natural en el curso de la vida, pero nada puede estar más lejos de la verdad.

La enfermedad no debe aceptarse como algo natural. Algunas autoridades afirman que los resfriados no se “pescan”, sino que, al igual que las fiebres, ¡nos los comemos! Explican que un resfriado o una fiebre es simplemente la eliminación rápida y forzada de toxinas y venenos que se acumulan en las glándulas como resultado de una dieta inadecuada. ¿Qué sucede con los grandes y casi grandes del mundo? Generalmente no saben todo lo que hay que saber acerca de las leyes de una salud buena y vigorosa que produce una mente despejada y alerta. Pero comparados con la gente común, ellos saben mucho acerca de eso, pues disfrutan, digamos, por regla general, de una salud relativamente buena.

Como un ejemplo, el presidente de los Estados Unidos cuenta con un médico en la Casa Blanca que siempre está atento al estado de su salud. Se requiere del presidente que haga cierta cantidad de ejercicio. El presidente Eisenhower jugaba golf con frecuencia, el presidente Kennedy nadaba un poco diariamente, el presidente Taft tenía un entrenador que vigilaba su peso constantemente.
Sin embargo, hay muchas cosas que ni aun la gente educada sabe acerca de las causas de la enfermedad, la dolencia y el decaimiento.

Creo que un factor ha obrado universalmente en favor de esos hombres: La actitud mental ejerce una influencia considerable sobre la condición física. La mayoría de los hombres de “éxito”, según el mundo conceptúa el éxito, piensan constructiva y positivamente, y su actitud mental rebosa confianza. Rechazan los pensamientos negativos y no adoptan una actitud de temor, preocupación o desaliento. Ellos se imponen a sí mismos el equilibrio emocional y, consciente de las obligaciones que tienen sobre sus hombros, evitan la vida disipada más que la mayoría de la gente.

Sin salud uno se encuentra tremendamente impedido, si no totalmente imposibilitado para lograr mucho. La cuarta ley del éxito depende en gran manera de la buena salud.

Continuaremos…
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miércoles, 21 de octubre de 2009

Las 7 Leyes del EXITO

CUARTA PARTE

SEGUNDA LEY DEL EXITO

Como hemos visto, si uno quiere tener éxito en la vida, debe fijarse primero la meta correcta y luego prepararse para lograrla. Así, la segunda ley del éxito, en su orden, es educación o preparación.

¿Qué esperanza puede tener uno de lograr su objetivo si no obtiene el conocimiento necesario?
Una cosa que necesitamos entender acerca de la vida, y muchos no la entienden, es que los humanos no estamos dotados de instinto. En este aspecto, los animales poseen cierta ventaja sobre nosotros, pues no tienen que aprender. Nunca tienen que devanarse los sesos con el aprendizaje de libros.

Al becerro recién nacido no se le tiene que enseñar a caminar. Inmediatamente trata de pararse sobre sus inseguras y débiles patas. Quizá al principio se caiga un par de veces, pero a los pocos minutos logra pararse, aunque sin mucha estabilidad. El pequeño becerro no necesita un año o dos para caminar, ni siquiera necesita una o dos horas, sino que empieza a caminar ¡en unos cuantos minutos! No necesita discurrir sobre ninguna meta. No precisa de libros de texto ni de enseñanza.
Instintivamente sabe cuál es su meta: ¡comer! E instintivamente también sabe el camino. Sobre sus cuatro patas se dirige de inmediato a su primera comida.

Lo hemos repetido muchas veces: Los pájaros construyen sus nidos por instinto; nadie les enseña a hacerlo. Una vez se llevó a cabo un experimento en el que cinco generaciones de pájaros tejedores fueron alejadas de sus nidos y de los materiales para construirlos. Nunca vieron un nido. Cuando a la sexta generación se puso a su alcance material para construir nidos, los pájaros, sin instrucción alguna, ¡procedieron a construir nidos! No fueron nidos de cuervo ni de águila sino de la misma clase que los pájaros tejedores han construido desde la creación.

Ellos no tienen mentes para discernir, imaginar, diseñar o construir ninguna otra clase de nido. Es verdad que algunos perros, caballos, elefantes y otros animales pueden ser enseñados y entrenados para ejecutar ciertos trucos, pero no pueden razonar, imaginar, pensar, planear, diseñar ni construir cosas nuevas y diferentes. No adquieren conocimiento ni distinguen entre el bien y el mal, no toman decisiones ni ejercen la voluntad para auto disciplinarse de acuerdo con sus propias decisiones y razonamientos. Los animales no pueden desarrollar carácter moral y espiritual.

En cambio, para los seres humanos la vida no es tan fácil. Los humanos tienen que aprender o ser enseñados a caminar, hablar, comer y beber. Nosotros no logramos esto instintiva o inmediatamente como los animales. Puede llevar un poco más de tiempo y puede ser un poco más difícil, pero podemos aprender a leer, a escribir y a hacer cuentas. Luego podemos avanzar aun más y aprender a apreciar la literatura, la música y el arte. Podemos aprender a pensar y razonar, a concebir nuevas ideas, a planear, diseñar y construir. Podemos investigar, experimentar, inventar telescopios y prender algo sobre el espacio y los lejanos planetas, estrellas y galaxias. Podemos construir microscopios y aprender acerca de las partículas infinitesimales de la materia.

Aprendemos acerca de la electricidad y las leyes de la física y la química. Aprendemos a usar la rueda y a construir carreteras y vehículos que nos permiten viajar con más velocidad que cualquier animal. Aprendemos a volar más lejos y más rápido que cualquier pájaro. Podemos desintegrar el átomo y ponerlo a nuestro servicio. Descubrimos y utilizamos la energía nuclear.
Pero tenemos que aprender y estudiar; tenemos que educarnos y estar preparados para lo que nos proponemos hacer.
Una de las primeras cosas que necesitamos aprender es que ¡necesitamos aprender! Una vez que se ha aprendido lo suficiente para escoger una meta, el segundo paso para la obtención triunfal de esa meta es aprender cómo alcanzarla, es decir, adquirir la educación adicional, el entrenamiento y la experiencia que proporcionen los conocimientos necesarios para lograr la meta.

La mayoría de las personas nunca se fijan una meta definida. No teniendo un objetivo específico, descuidan la educación apropiada quo los capacitaría para tener una vida de éxito. Todos esos hombres de quienes he contado sus anécdotas e historias, tenían una meta. Se habían fijado como objetivo general en la vida el adquirir posesiones, ser importantes y disfrutar los momentos pasajeros de su existencia. Como un medio para alcanzar este objetivo, ellos habían establecido metas más específicas, como prosperar en la banca, la industria, la política, el teatro, la literatura o lo que fuera. Todos se educaron para su profesión o vocación en particular. Tenían criterio suficiente para darse cuenta de que la educación no solamente incluía el aprendizaje, sino también el desarrollo de la personalidad, el don de mando, la experiencia y el conocimiento obtenidos de sus relaciones y asociaciones, así como de la observación.

Sin embargo, estas personas de “éxito” no alcanzaron realmente el éxito. No sólo escogieron una meta que los llevó por el camino de los falsos valores, sino que erraron al no prepararse con el tipo de educación que hace posible el éxito real y perdurable, esto es, la realización del propósito de la vida. Hay, por lo tanto, una educación falsa y una verdadera. Estos hombres prósperos no gozaron de una prosperidad perdurable. A pesar de su educación, no llegaron a conocer los valores verdaderos. Escogieron metas que los condujeron por la senda de los falsos valores, los cuales no permanecen. El sistema educativo de este mundo descuida la importantísima tarea de recobrar los valores verdaderos. Aun los educadores eruditos a menudo se consagran por largos años a la investigación de asuntos triviales e inútiles.

El conocimiento más esencial y básico—el de los valores genuinos, del significado y propósito de la vida, del camino de la paz, la felicidad y el abundante bienestar—jamás forma parte de la enseñanza de hoy. Debido a que pude percibir la decadencia de la educación moderna, debido a que pude reconocer el inmenso vacío que existe en la enseñanza, fui impulsado a fundar una institución educativa que satisficiera esta necesidad.

La educación correcta debe enseñar que todas las cosas están sujetas a la ley de causa y efecto, debe hacer hincapié en el hecho de que por cada efecto o resultado, ya sea bueno o malo, existe una causa. La educación verdadera explica la causa de los males de este mundo, tanto de los problemas personales como de los colectivos, a fin de que puedan ser evitados. También debe instruir con respecto a la causa de los resultados buenos, a fin de que sepamos cómo cosechar el bien en lugar del mal. La educación verdadera no sólo debe enseñarnos a vivir, sino que debe saber y enseñar el propósito de la vida humana y cómo cumplirlo.

La decadente educación de hoy ha dado lugar a las revueltas estudiantiles, que a su vez ¡han sumido a las universidades en un estado de violencia y caos! Esta es otra tragedia significativa de nuestros tiempos. En este mundo se difunde una educación falsa proveniente de los paganos quienes, aunque eran pensadores y filósofos, ¡estaban engañados y carecían del conocimiento de los valores y los objetivos verdaderos de la vida! ¡La verdadera historia de la educación es en sí misma una historia reveladora!

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lunes, 19 de octubre de 2009

Las 7 Leyes del EXITO

TERCERA PARTE

PRIMERA LEY DEL EXITO
He aquí, pues, la primera ley del éxito: “FIJARSE LA META CORRECTA”

No se trata de una meta cualquiera. La mayoría de los hombres “prósperos” que hemos mencionado tenían sus metas y se afanaron incansablemente por alcanzarlas. Pero metas como hacer fortunas, volverse “importante” a los ojos de la gente y disfrutar del placer pasajero de los cinco sentidos, han regado el camino de la historia con temores, preocupaciones, angustias, conciencias atribuladas, penas, frustraciones, vidas vacías y muerte. Esas cosas pueden tenerse y disfrutarse juntamente con el verdadero éxito, pero por sí solas no lo traen. Tener la meta correcta incluye algo más.

En otras palabras, la primera ley del éxito incluye el poder definir el éxito. Una vez que nos hayamos enterado de lo que es el éxito, debemos convertirlo en la meta principal de nuestra vida.
¿Sabía el lector que la mayoría de las personas jamás se fijan una meta definida en sus vidas. En realidad la mayoría, como ya lo hemos dicho, ¡no saben ni aplican siquiera UNA SOLA de las siete leyes del éxito!

Muy pocas personas parecen tener algún objetivo en la vida. Simplemente viven “a la deriva”, por así decirlo. Si uno ahorra dinero para disfrutar de unas vacaciones en 14 cierto lugar, seguramente pasa muchos días de emocionada expectación haciendo los planes de su viaje. Tiene un destino definido y todos los planes se trazan con el fin de llegar a ese destino o meta. La persona sabe hacia dónde quiere ir; de otra manera, ¿cómo piensa llegar allá?

Como ya dijimos, la mayoría no tienen ningún propósito en la vida, simplemente son víctimas de las circunstancias. Nunca planearon intencionalmente estar en el empleo u ocupación en el que hoy se encuentran. No escogieron el lugar donde viven, es decir, no lo planearon así. ¡Simplemente han sido llevados por las circunstancias! Tales personas se han dejado llevar a la ventura sin hacer esfuerzo alguno por dominar y controlar las circunstancias.

La primera ley del éxito, repetimos, es fijarse la meta correcta…no cualquier meta. Uno podría fijarse una meta en la cual se tuviera poco o ningún interés y acabar por llevar una vida inactiva. La meta correcta despertará ambición, la cual es más que sólo un deseo: es deseo con incentivo, es determinación y voluntad de lograr lo deseado. La meta correcta se deseará tan intensamente que provocará un esfuerzo resuelto y vigoroso. Le infundirá ánimo al individuo.

Debería existir un propósito trascendental en nuestra vida. Muy pocos han conocido un propósito así. A lo largo de los siglos y los milenios, los grandes pensadores y filósofos han ref lexionado en vano deseando saber si la vida tiene un propósito verdadero. Sócrates, Platón y Agustín, entre otros, especularon y razonaron al respecto; sin embargo, el verdadero significado de la vida siempre les eludió. El asunto más profundo y más importante de la vida quedó en el misterio; era para ellos ¡un enigma insoluble! SI ACASO alguien pudiera descubrir el propósito supereminente, ese propósito definido para el cual los humanos fuimos puestos sobre la tierra, SI ACASO pudiera descubrir un potencial humano que trascendiera la existencia temporal, se supone que tal propósito sería la meta que provocaría una ambición dinámica.

Pero… ¡ay! ¿Quién ha descubierto alguna vez tal propósito, tal finalidad de la vida? ¿No había algo más excelente por lo cual pudieran haberse esforzado los dos prominentes banqueros amigos míos? ¿No había algo mejor que el sólo disfrutar de su pasajera prosperidad…para luego ser olvidados por sus sucesores? Después de todo, ¿qué es lo que hace la vida digna de vivirse?

Repetimos: La primera ley del verdadero éxito es ¡fijarse la meta correcta! Los hombres que hemos mencionado se encontraban entre los más eminentemente prósperos de este mundo, y todos tuvieron metas y aplicaron con diligencia las seis primeras leyes del éxito. Pero por desconocer la séptima no supieron aplicar debidamente la primera, y su éxito fue pasajero.

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sábado, 17 de octubre de 2009

Las 7 Leyes del EXITO

SEGUNDA PARTE

Un caso específico
Sucedió que precisamente la mañana en que redacté el manuscrito original de este folleto, leí en un periódico londinense el obituario de Clark Gable, célebre actor del cine norteamericano. Considero que el mundo lo vio como un hombre muy afortunado. Sin embargo, ¿en verdad lo fue? ¿Qué es el éxito en realidad? ¿Y cómo puede obtenerlo la gente cuando son tan pocos los que saben en qué consiste? Muchas cosas me llamaron la atención al leer el obituario de esta estrella del cine, ya que estaba enfocando mis pensamientos en el tema del éxito.

En la primera plana de aquel diario Clark Gable era proclamado como el rey del cine. Se le describía como “el héroe romántico de 90 películas”. Se contaba entre las 10 estrellas del cine que más dinero ganaron en los años 1932-43, 1947-49 y 1955. Es decir, durante 16 años; y las grandes estrellas de cine ganan sueldos fabulosos. “Él fue uno de los pocos ídolos que se mantuvieron en primer lugar por tanto tiempo”, decía el obituario. Pero, ¿es eso éxito? Una de las cosas más “fascinantes” que se decían acerca de su vida, era que se había casado ¡cinco veces! ¿Podríamos considerar a un hombre con por lo menos tres matrimonios fracasados (una de sus esposas murió en un accidente de aviación) como una persona de éxito?

El obituario continuaba diciendo que él cultivaba “el frunce de las cejas, el conocido entrecejo, los ojos a medio cerrar y su mirada socarrona”. Todo eso no era natural; él lo había desarrollado deliberadamente para cautivar a las mujeres. “Clark Gable”, terminaba el obituario, “había cultivado todo esto para las muchachas durante casi todo su reinado romántico”. Podría decirse que era su “marca de fábrica”, y así lo consideraba él, pues decía: “Para mí, este es un negocio y siempre lo ha sido”. Era simplemente su forma de ganarse la vida.

Hombres ricos que he conocido
Desde los 18 años en los Estados Unidos y durante la edad madura por todo el mundo, he tenido estrecha amistad y contacto frecuente con individuos considerados como hombres de éxito. He leído muchos libros y artículos escritos por esas personas, así como biografías y autobiografías de grandes hombres y de los casi grandes, en donde dan a conocer sus filosofías y experiencias. Sé cómo piensan y cómo actúan estos dirigentes y qué principios y preceptos siguen.

Un factor ha caracterizado a casi todos estos hombres: Todos ganaron mucho dinero y adquirieron abundantes bienes materiales. Muchos presidían grandes compañías y eran considerados como personas muy importantes. Es significativo que la mayoría de estos hombres observaron seis de las siete leyes del éxito. ¡Este hecho es tremendamente importante!

Uno de ellos fue el presidente de una gran compañía de automóviles durante la época en que yo era un joven subsecretario de la Cámara de Comercio de esa ciudad. Él llegó a ser muy rico y era reconocido mundialmente como un hombre importante. Llegó a la cima de su profesión, pero en la breve depresión de 1920 su compañía pasó a otras manos y él perdió todos sus bienes. Acabó por suicidarse. A fin de cuentas, ¿tuvo éxito aquel señor? Practicó cinco de las leyes del éxito, pero descuidó la séptima y también la sexta.

Arthur Reynolds, a quien conocí más íntimamente, era presidente del banco que en ese tiempo se consideraba como el segundo en importancia en los Estados Unidos. Conocí al Sr. Reynolds cuando presidía un banco de mi ciudad natal. Más tarde, cuando yo era un ambicioso y próspero joven publicista en Chicago, a menudo lo visitaba para pedirle su consejo. Él siempre se mostró interesado y servicial y yo siempre acaté su sabio consejo. El Sr. Reynolds alcanzó reconocimiento nacional y fama mundial.

Unos 35 años más tarde, entré a aquel gran banco y le pregunté a uno de sus muchos vicepresidentes si sabía a dónde se había trasladado el Sr. Reynolds y dónde había muerto. (Había oído rumores de que se había jubilado y mudado a la ciudad de Pasadena, California, y que allí había muerto.) El vicepresidente a quien pregunté nunca había oído hablar del Sr. Reynolds.
—¿Quién fue él?—me preguntó.

Después preguntó a otros y ninguno recordaba al Sr. Reynolds. Finalmente el secretario de Relaciones Públicas envió a alguien a la biblioteca del banco, de donde trajo un recorte de periódico. Parecía que esto era el único registro que el banco tenía de su antiguo presidente quien, junto con su hermano, había sido el artífice principal de la magnitud e importancia alcanzadas por esa institución bancaria. El recorte era de un periódico de San Mateo, California, en el cual se notificaba su muerte acaecida en ese suburbio de San Francisco.

Después de leerlo, se lo devolví.
—Seguramente usted querrá conservarlo—le dije—. Debe ser de gran valor para el banco.
—No—me respondió—. Si usted conoció al Sr. Reynolds, puede quedarse con el recorte.

En esa forma obtuve de ese gran banco quizá lo único que quedaba de la memoria del más importante de sus presidentes. Su “éxito” no fue duradero y ya nadie se acordaba de él. Durante su vida activa, el Sr. Reynolds aplicó las seis primeras leyes del éxito. Sin embargo, cualquier éxito que él haya logrado fue pasajero. Aunque acumuló dinero, contó con una buena porción de acciones bancadas, poseyó una magnífica residencia y fue considerado como un hombre importante mientras vivía, ¡todo su “éxito” murió con él!

El otro gran banquero fue John McHugh. Lo conocí cuando era presidente de un banco en una ciudad del interior del país. En 1920 tuve una interesante conversación con él durante la convención de la Asociación Americana de Banqueros. Para ese entonces él ya era presidente de un banco bien conocido de Nueva York. Poco después, la unión de varios bancos neoyorquinos lo colocó en una posición dos veces mayor que la del presidente del banco más grande del mundo en aquella época.
Sin embargo, 36 años después, cuando pregunté por él en ese banco, la respuesta fue la misma: “¿Quién fue? Nunca hemos oído hablar de él”. Su “éxito” no le sobrevivió. Hay, sin embargo, un éxito que ¡perdura!

Otro caso de "éxito"
He tenido el privilegio de conocer a muchos de los grandes hombres y de los casi grandes, especialmente del medio financiero. He tenido trato con capitalistas multimillonarios, jefes ejecutivos de grandes compañías, ministros de gobierno, autores, artistas, conferencistas y rectores de universidades. Para la mayoría de ellos, el éxito significaba la adquisición de dinero y bienes materiales, así como el ser reconocidos como gente importante.

Uno de los personajes importantes que conocí fue Elbert Hubbard, filósofo, escritor prolífico, editor, conferencista y conocido como un hombre sabio. “El Fray”, como él mismo se tildaba algunas veces, se hizo bastante famoso. Usaba una cabellera semi larga, bajo un sombrero grande y un corbatón. Se decía que contaba con medio millón de dólares; hoy esa cantidad equivaldría a varios millones. Publicaba dos revistas: El Filisteo y El Fray, las cuales casi llenaba con escritos propios. Se jactaba de poseer el vocabulario más extenso desde el tiempo de Shakespeare. Publicó Una Biblia Americana que escandalizó a muchos religiosos, aunque él les explicó que la palabra “Biblia” simplemente significa “libro”, sin implicar necesariamente escritos sagrados, a menos que fuera precedida de la palabra “santa”. Su “Biblia” consistía en composiciones selectas escogidas por él, entre las cuales se encontraban escritos de varios escritores norteamericanos influyentes… ¡incluso Hubbard, por supuesto! Casi la mitad del libro contenía sus propias obras y el resto era una colección de las de otros escritores.

Hubbard no era víctima de complejos de inferioridad, y la filosofía que predicaba era positivista. Poseía una perspicacia y una sabiduría singulares para las cosas puramente materiales, además de una comprensión profunda de la naturaleza humana. Sabía que los hombres “importantes” codiciaban la lisonja, tanto como los actores el aplauso. Una gran parte de su fortuna la había ganado escribiendo una serie casi interminable de folletos bajo el título de Pequeños viajes a las casas de los grandes y los casi grandes. Eran impresos en un estilo único en su propia imprenta.

Gran número de norteamericanos ricos y famosos le pagaban enormes sumas para que los ensalzara en su inimitable estilo literario. Una información interesante sobre el concepto que el Sr. Hubbard tenía del éxito, le salió espontáneamente un domingo en la tarde mientras charlábamos en su hospedería en la ciudad de Aurora Oriental, Nueva York.
—Una vez le pregunté a un ministro unitario—le dije al Sr. Hubbard—, si había podido por fin determinar cuáles son realmente las creencias religiosas que usted profesa, si es que profesa algunas. “El Fray Elberto” se interesó al momento.

—¿Y qué le contestó?—me preguntó curioso.
—Me dijo que no estaba seguro, pero que cualquiera que fuera la religión de usted, sospechaba que tenía su origen en su billetera y su cuenta bancaria—le contesté. El Sr. Hubbard no lo negó, sino que carcajeándose me dijo:
—Y bien que me salgo con la mía, ¿no es cierto? ¿Tuvo éxito el Sr. Hubbard? De acuerdo con las normas humanas, creo que lo tuvo. Él conocía y aplicaba seis de las siete leyes del éxito. Era industrioso, trabajaba con afán y cosechó abundantes “frutos”: dinero, popularidad, aclamación. Sin embargo, él y su esposa se fueron al fondo del mar cuando un submarino alemán hundió al trasatlántico Lusitania en el que viajaban.

La fama del Sr. Hubbard no fue duradera, pues hoy es prácticamente desconocido. Él conocía los valores materiales, pero su agnosticismo le cerró la puerta del camino que le hubiera conducido a la comprensión de los valores espirituales. Él nunca entendió el verdadero propósito de la vida. No estaba seguro si en efecto existía un Creador. Estaba convencido de que la “cristiandad”, en la forma en que el mundo la conceptúa, era una superstición irrazonable. Ignoraba la razón por la cual la humanidad había sido puesta sobre la tierra… o si había surgido por azar. Ignoraba también el destino potencial del hombre. No tenía conocimiento de la séptima ley del éxito. Y como no conocía ni aplicaba esta ley, se impulsaba fuertemente, mediante la aplicación concienzuda de las primeras seis, ¡en la dirección diametralmente contraria a la que lleva al verdadero éxito!

Nunca hallaron satisfacción
¿Cuál fue el verdadero significado de la vida para estos hombres de “éxito”? El objetivo de su vida, su definición del éxito, consistía en la adquisición de bienes materiales, en el reconocimiento de su importancia por la sociedad y en el estímulo pasajero de los cinco sentidos. Pero entre más adquirían, más ambicionaban… y menos satisfechos quedaban con lo que tenían. Lo que adquirían nunca era suficiente. Algunos de los hombres de “éxito” en el mundo hacen que sus fotografías aparezcan en la primera plana de los periódicos metropolitanos y en la portada de revistas famosas. Esto envanece y excita temporalmente al ego, mas nunca satisface a largo plazo. ¡No hay nada que el público olvide tan rápidamente como las noticias de ayer!

Algunos piensan que la felicidad de los hombres consiste en tener muchas mujeres, aunque sea una tras otra en lugar de tenerlas en un harén. Pero esto es una experiencia corrosiva, y esos hombres nunca conocen los gozos de la bendición matrimonial con una sola mujer, siempre fieles el uno al otro. Muchos hombres buscan, la lisonja de otros, aun cuando se la tengan que “comprar” elogiándolos a’ sus semejantes. Pero como el aplauso que se prodiga al actor, eso no perdura y los deja abrumados, ¡con una inmensa sed de algo que satisfaga!

Por consiguiente, quedan descontentos; e inquietos. Aunque sus cuentas bancarias estén repletas, sus vidas están vacías. Lo que adquieren nunca es suficiente ni ‘les satisface. Además, ¡todo lo dejan atrás cuando mueren! ¿En dónde está el mal? Tales hombres se fijaron metas equivocadas. No habían discernido los verdaderos valores, de manera que iban en pos de los falsos. ¿No es hora, pues, de aprender la verdadera definición del éxito?

No todo triunfo es éxito
Tal vez el mejor ejemplo de todos es el de aquel antiguo rey que se afanó mucho y obtuvo fabulosas riquezas. Probó de todos los placeres para ver si proporcionaban felicidad. Este rey se dijo a sí mismo: “Ven ahora, te probaré con alegría, y gozarás de bienes” (Eclesiastés 2:1). Al describir su experimento, escribió: “Propuse en mi corazón agasajar mi carne con vino, y que anduviese mi corazón en sabiduría, con retención de la necedad, hasta ver cuál fuese el bien…” (versículo 3).

Aquel rey, cuando era joven, trató realmente de disfrutar de la vida, y contaba con los medios para hacerlo. Fue uno de los hombres más ricos que jamás hayan existido, con todos los recursos de una nación a su alcance. Si no contaba con suficiente dinero para el logro de alguno de sus proyectos, simplemente subía los impuestos. Así que, al continuar con su experimento para encontrar la felicidad y el éxito, escribió: “Engrandecía mis obras [estupendas obras y proyectos nacionales], edifiqué para mí casas, planté para mí viñas; me hice huertos y jardines, y planté en ellos árboles de todo fruto. Me hice estanques de aguas, para regar de ellos el bosque donde crecían los árboles. Compré siervos y siervas, y tuve siervos nacidos en casa; también tuve posesión grande de vacas y de ovejas, más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalén. Me amontoné también plata y oro, y tesoros preciados de reyes y de provincias; me hice de cantores y cantoras, de los deleites de los hijos de los hombres, y de toda clase de instrumentos de música. Y fui engrandecido y aumentado más que todos los que fueron antes de mí…

No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni aparté mi corazón de placer alguno, porque mi corazón gozó de todo mi trabajo: y esta fue mi parte de toda mi faena” (Eclesiastés 2:4-10).
Luego concluyó: “Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol” (versículo 11).

“Vanidad de vanidades, todo es vanidad”, escribió este rey al final de su vida de experimentación (Eclesiastés 1:2). Todo aquello era una lucha continua… ¿tras de qué? Tras de nada, todo era “trabajar en vano”, concluyó (Eclesiastés 5:16). Todo lo que le trajo una vida de afanoso trabajo, dedicación vigorosa y obtención de bienes materiales, confesó aquel rey, no fue más que ¡un puñado de aire!

A este hombre se le llamó el más sabio que jamás haya vivido. Fue el rey Salomón de la antigua Israel. A pesar de sus costosos experimentos, él nunca halló los verdaderos valores ni el significado del éxito perdurable y legítimo. ¿A qué se debió esto? Simplemente a que, con toda su sabiduría, este hombre buscó el placer, la felicidad y el éxito a su manera: en el materialismo. En el principio, el Eterno Creador diseñó y puso en vigor leyes vivientes con el fin de producir felicidad, vida abundante y gozo sano y continuo para todos los humanos que las acataran. Estas son las siete grandes leyes del éxito. El rey Salomón, como casi todos los hombres “prósperos” del mundo, aplicó tesoneramente las seis primeras, pero al no tener en cuenta la séptima, se dirigió por el camino equivocado. Entre más se afanó, más lejos llegó, pero en dirección opuesta del éxito perdurable y verdadero.

Él conocía esta séptima ley, pero “hizo Salomón lo malo ante los ojos del Eterno…” Él no obedeció lo que le mandó su Hacedor. “Y dijo el Eterno a Salomón: Por cuanto ha habido esto en ti, y no has guardado mi pacto y mis estatutos que yo te mandé, romperé de ti el reino” (1 Reyes 11:6-11).

Consideremos ahora las experiencias de un rey moderno. Éste era amigo íntimo de otro monarca, el ex rey Saud de Arabia, a quien he sido presentado personalmente. Hace tiempo los periódicos publicaron la noticia de la repentina riqueza que le llegó al emir Alí de Qatar. Qatar es una península de la costa de Arabia, en el golfo Pérsico. Repentinamente le llegó al pequeño país un gran auge petrolero que le producía a este emirato de 35.000 habitantes, 50 millones de dólares anuales, de los cuales 12 millones y medio iban directamente al Emir.

¿Qué haría usted si de repente recibiera una renta de 12.500.000 de dólares al año?
¡Probablemente no haría lo que piensa que haría! Tal cantidad de dinero, llegada repentinamente, cambiaría radicalmente las ideas de uno. Eso fue lo que pasó con el emir Alí. Inmediatamente empezó a construirse ostentosos palacios rosados, verdes y dorados en medio de las chozas de adobe en las que vivían los habitantes de su país. Sus palacios eran ultramodernos, con aire acondicionado y aun con cortinas controladas por botones. Así el nuevo rico podía preservarse de los ardientes 50 grados del desierto. Alquilaba aviones para llevar consigo un séquito tan numeroso que su villa palaciega en el lago de Ginebra era insuficiente para alojarlo. Tenía que buscar acomodo en varios hoteles del lugar.

Después el Emir se auto regaló una magnífica mansión de un millón de dólares, desde la cual podía disfrutar de un panorama espectacular de la ciudad de Beirut, Líbano, y el hermoso Mediterráneo. Cuando el rey Saud le hizo una visita real, él le obsequió 16 automóviles, uno de ellos con incrustaciones de oro. El viejo emir Alí se volvió tan generoso con sus propios caprichos, que pronto sus deudas llegaron a los 14 millones de dólares, ¡sobrepasando a sus fabulosas entradas!

Alrededor del mundo se difundió la noticia de que Alí simplemente no podía cubrir sus gastos con sólo 12 millones y medio de dólares al año. El primero de noviembre de 1960 abdicó en favor de su hijo Ahmed, de 40 años de edad. Un nuevo consejo consultivo convino en pagar las deudas del viejo Alí y concederle una pensión que le permitiera sostener un puñado de sirvientes y unas cuantas esposas. ¡Pobre Alí! Le fue más difícil sufragar sus gastos con 12 millones y medio de dólares anuales, que cuando estaba en relativa pobreza.

Ciertamente, nada puede ser más importante en la vida que saber lo que es el éxito verdadero y cómo alcanzarlo. ¿Cuál es, pues, la primera ley del éxito? Antes de enunciarla debo aclarar que en el presente folleto nuestro propósito no es analizar los principios morales y espirituales como rectitud, paciencia, lealtad, cortesía, confianza, puntualidad, etc., pues éstos están incluidos automáticamente en las siete reglas. Damos por sentado que no se puede obtener el éxito sin estos principios fundamentales del carácter.

Por otro lado, muchos que son honrados y rectos nunca han practicado específicamente ninguna de las siete leyes del éxito. Muchos pueden ser leales, tener paciencia y cortesía y ser puntuales, sin alcanzar jamás el éxito porque no aplican una sola de las siete leyes específicas y definidas. Aun así, cada una de estas leyes es muy amplia en su alcance.

Continuaremos....
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jueves, 15 de octubre de 2009

Las siete leyes del EXITO

PRIMERA PARTE
¿Se le ha ocurrido a usted pensar que debe haber una razón por la cual mucha gente no tiene éxito en la vida? No sólo fracasan hombres y mujeres de negocios, fracasan también esposas y madres. ¿Se encuentra usted entre aquellos que luchan con el problema de cubrir sus gastos con lo que ganan? Casi todos tenemos esa lucha. Este problema no debe ser motivo de fracaso, sin embargo, a menudo nos conduce a ello. Es un hecho que la inmensa mayoría de las personas terminan en el fracaso. No obstante, ¡nadie debe fracasar!

¿Por qué sólo unos pocos—tanto mujeres como hombres—tienen éxito en la vida? Durante este estudio, usted va a encontrarse con la respuesta sorprendente al problema más difícil de la vida, probando que ¡ningún ser humano tiene por qué ser un fracasado! ¡Todos aquellos que han tenido éxito han seguido las siete leyes que vamos a estudiar! El único camino al éxito no es una fórmula de derechos de autor. ¡No se puede comprar!
El precio es su propia aplicación de las siete leyes existentes del éxito.

Este es un estudio realizado por Herbert W. Armstrong, es un servicio educacional gratuito de interés público, publicado por la Iglesia de Filadelfia de Dios. Las escrituras en este estudio son citadas de la Versión Reina Valera, a menos que se cite otra distinta.

He querido compartir este estudio porque es muy probable que haya personas que nunca lo han leído y deseo que tengan esta oportunidad, y para los que ya lo han leído pero no lo han aplicado, para darles el impulso que necesitan. Y todos aquellos que lo han leído y ya lo han aplicado o lo están aplicando, les invito a que dejen su comentario de testimonio mientras vamos a ir desarrollando los temas.

Vamos a ir descubriendo cada una de las 7 leyes, poco a poco, para que usted, querido lector tenga tiempo de ir asimilando la enseñanza y que pueda ir realizando los cambios pertinentes en su vida para que empiece a aplicarlas inmediatamente y comience a ver resultados poderosos a su alrededor.

Empecemos con este poderoso estudio del sr. Armstrong..!!!

Analicemos las realidades de este mundo.

¿ Es esto acaso acaso el éxito ?
En los Estados Unidos cada dos minutos alguien intenta suicidarse, y diariamente cerca de 70 personas tienen éxito en sus intentos. Pero, ¿es esto el verdadero éxito? La Organización
Mundial de la Salud calcula que en el mundo aproximadamente 1.000 personas cometen suicidio diariamente. Los suicidios sobrepasan a los asesinatos. Actualmente existen sociedades para la prevención del suicidio. Muy pocos entienden que la verdadera causa de este fenómeno es el fracaso individual.

Aunque sólo una minoría recurre a ese extremo, la inmensa mayoría terminan sus vidas en el fracaso. Una gran parte del mundo pasa actualmente por un período de “prosperidad”. Sin embargo, aun en los países industrializados los negocios están fracasando a un ritmo aterrador. Alrededor del mundo se observa el alarmante incremento del fracaso. Cada día millones de personas permiten que el cáncer del fracaso los esclavice a una vida de circunstancias desagradables, de las que únicamente la muerte les librará.

Más, ¿por qué ha de ser así?
¿Por qué son tan pocos los que realmente alcanzan el éxito en la vida? ¿Es cuestión de oportunidad? ¿Es un capricho del destino? ¿Podría ser la suerte? ¿O acaso hay razones definidas? ¿Por qué tantas personas, al llegar a los 60 ó 65 años de edad, tienen que depender de otras? ¿Por qué son necesarias las pensiones para los ancianos, beneficencias públicas, instituciones de caridad para el sostenimiento de los desamparados que no están ni lisiados ni incapacitados? ¿Por qué tantas personas tienen que sostener a sus ancianos padres, cuando debe ser todo lo contrario?

¡Le voy a explicar por qué!

Existen causas específicas. Hay siete leyes básicas que rigen el éxito. ¡Ya es tiempo de que la gente las conozca y ponga fin a tan lamentable e innecesaria tragedia!

Encontremos la respuesta
Cuando yo tenía 23 años, formaba parte del cuerpo de redactores de una revista nacional. Me enviaban por todo Estados Unidos; solía visitar 10 ó 15 estados en cada viaje. Mi trabajo consistía en investigar la situación de los negocios y proponer soluciones dignas de llevarse a cabo. Entrevistaba a hombres de negocios y funcionarios de las cámaras de comercio. Analizaba con comerciantes y fabricantes sus problemas, y exploraba los métodos e ideas que, habiendo sido aplicados con éxito en promociones de ventas y relaciones públicas, habían reducido los costos y aumentado la productividad, lo cual se traducía en mayores ganancias.

Una de las cosas que me asignaron fue investigar la razón por la cual unos pocos triunfaban y la gran mayoría fracasaban. (Se calculaba que el 95 por ciento de los pequeños comercios independientes se encaminaban hacía la bancarrota.) En aquel entonces nos preocupábamos únicamente por el éxito o el fracaso de los hombres, pero naturalmente las mismas leyes se aplican a las mujeres también. Pedía la opinión de centenares de comerciantes. La mayoría pensaban que el éxito era tan sólo el resultado de una habilidad superior y que el fracaso se debía simplemente a la falta de ella. Pero según esta opinión, la mayoría estaba destinada irremediablemente al fracaso desde su nacimiento. Si el hombre carecía de esa habilidad, estaba condenado a fracasar, a pesar de lo que hiciera para evitarlo. Yo no estaba de acuerdo con esa idea, y más tarde comprobé que era falsa.

El director del gran almacén J. L. Hudson de la ciudad de Detroit, Michigan, EE.UU., creía que el fracaso era el resultado general de la falta de capital adecuado. Una minoría de los que entrevisté estaba de acuerdo con él, pues este concepto hacía al dinero, y no al hombre, responsable del éxito o del fracaso. De hecho, la investigación demostró que estos eran factores contribuyentes, pero solamente eso. Descubría que un factor mucho más común era que los talentos y las aptitudes de muchos individuos no correspondían a la carrera que habían escogido. Me convencí de que la mayoría, de haber conocido estas siete leyes, podrían haber triunfado en la actividad más adecuada a su talento.

Estas pesquisas para indagar las razones del éxito y del fracaso me intrigaban y no terminaron con estos viajes, pues el análisis y la observación de este problema lo he continuado a lo largo de los años. Ahora sé con certeza que ¡ningún ser humano tiene por qué fracasar! Los fracasos no son predeterminados y el éxito no viene por casualidad, sino que está regido por siete leyes específicas. Si usted las conoce y las aplica, puede estar seguro de tener el feliz resultado de alcanzar éxito en sus empresas. Todo ser humano fue puesto en la tierra para un propósito. Cada persona fue puesta aquí para tener éxito. Cada individuo debe disfrutar los goces de la prosperidad, la paz y la felicidad; debe vivir una vida interesante, segura y abundante. Y a fin de que a todos les fuera posible cosechar abundantes recompensas, si así lo desearan, el Creador puso en vigor leyes definidas para producir ese resultado tan anhelado por el hombre.

Pero lo trágico es que a lo largo de los siglos y milenios el hombre ha despreciado esas leyes, ¡esas causas que producen exactamente el éxito que tanto anhela! Hace mucho que el mundo las rechazó y las olvidó, y actualmente la mayoría no sabe en qué consisten, de manera que ¡no han seguido ni una sola de las siete leyes básicas del éxito!

Preguntamos con toda sinceridad: ¿No es en verdad apremiante esta situación? Es, de hecho, ¡la tragedia colosal de toda la historia!

¡ No puede comprarse !
Si alguna autoridad reconocida tuviera en venta una idea que garantizara la prosperidad y el éxito para todos aquellos que la practicaran, seguramente la gente acudiría en tropel a comprarla. Hubo un hombre que tuvo tal idea. Se trataba de una especie de religión seudo sicológica, y su autor les prometía a sus seguidores prosperidad y riqueza… de la manera más fácil, por supuesto. Propalaba que eso le había dado la riqueza que poseía y hacía gala de su magnífica residencia y de sus lujosas posesiones. La deducción era que ese plan haría ricos a quienes lo adquirieran, pero este hombre tuvo cuidado de no mencionar que su riqueza se debía precisamente a los incautos que habían comprado su falso plan.

Este individuo dio con una frase contagiosa para encabezar sus anuncios en diversas revistas y periódicos, la cual usó durante muchos años con gran éxito, pero que acabó por fastidiar.
El “éxito” de aquel charlatán no fue real ni duradero y él mismo acabó siendo un fracaso colosal.
El único camino hacia el éxito no es aquel que se vende como mercancía, pues no puede comprarse con dinero. Ese camino se le muestra a usted gratuitamente, sin dinero y sin precio. Hay, sin embargo, un costo: su diligente aplicación de estas siete leyes definidas. No se garantiza que sea la forma más fácil, pero sí que es la única que lleva al éxito verdadero.

Continuaremos....
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