lunes, 2 de noviembre de 2009

Las 7 Leyes del EXITO

OCTAVA PARTE

SEXTA Y SEPTIMA LEYES DEL EXITO

Ciertamente podríamos pensar que estos cinco recursos basta rían para garantizar finalmente el éxito. Sin embargo, nueve de cada 10 personas que los aplican, fracasan al no tener en cuenta la importante ley número seis.

Entre las historias relatadas al principio de este folleto se encuentra la del presidente de una fábrica constructora de automóviles. Él había empleado las cinco primeras de estas leyes (excepto que perseguía una meta equivocada que llevaba en la dirección errónea). Sin embargo, cuando la breve crisis económica de 1920 le quitó su fortuna, se suicidó. Este hombre había llegado a un punto en que a todas luces parecía estar acabado. Durante su vida había resuelto ingeniosamente todos los problemas que se le presentaron. Pero ahora, repentinamente, parecía que todo le era arrebatado de sus manos… todo el producto de su trabajo, todo lo que había acumulado, todo aquello a lo que había dedicado su vida. ¡No le quedaba nada! ¡Estaba arruinado! O al menos así le parecía a él. Tal vez sufrió un fracaso matrimonial al mismo tiempo; yo nunca supe de su vida privada.

Acabó por rendirse. ¡Cometió suicidio! Se hallaba tan cerca del éxito… y sin embargo ¡tan lejos!
Nueve de cada 10 personas llegan a un punto varias veces en la vida cuando parecen estar totalmente derrotadas. Al parecer, todo está perdido. Se rinden y desisten cuando con un poco más de determinación, con un poco más de fe y perseverancia, con un poco más de tenacidad, habrían convertido el aparente fracaso en glorioso éxito.

Por consiguiente, la sexta ley del éxito es perseverancia y tenacidad.

Yo conozco personalmente la importancia de esta ley porque he llegado a ese punto más de una vez. Yo también me quedé sin nada en la breve crisis económica de 1920. Había ganado un sueldo, aun cuando contaba con menos de 30 años de edad, equivalente a la de un ejecutivo. Casi el 90 por ciento de mis ingresos provenían de cinco o seis compañías, pero la mayoría de ellas “se hundieron”, pues habían entrado en manos de síndicos.

Más tarde, en 1926, un negocio publicitario que yo había iniciado se esfumó de la noche a la mañana debido a factores y decisiones completamente fuera de mi control. Un proyecto de un millón de dólares se hundió en la nada como resultado de la quiebra en el mercado de valores y la depresión económica de 1929. Pero no me rendí ni renuncié a la vida. ¡Fue entonces cuando la meta de mi vida sufrió un cambio! Durante los dos primeros años de su existencia, la Institución Ambassador se enfrentó constantemente a amenazas de derrota.

Casi todos pensaban que estábamos acabados, que habíamos fracasado. ¿Por qué, se preguntaban, no me daba cuenta y desistía? En esos tiempos tenía que oír a mis socios hablar constantemente de “cuando esta institución se desplome”. Más ¡no se desplomó! Para el año de 1949 habíamos superado nuestra primera crisis financiera. Más tarde, la segunda. Hoy, creo que muy bien podemos decir que la Institución Ambassador es ciertamente ¡un éxito glorioso! Y nuestras demás operaciones se llevan a cabo a gran escala por todo el mundo.

Todavía necesitamos la séptima ley
Ahora sí parecería que si aplicáramos estas seis leyes del éxito, no faltaría ningún elemento necesario para alcanzar el éxito. Ciertamente, los hombres de “éxito” que hemos descrito aplicaron estos seis principios. Alcanzaron sus metas, ganaron mucho dinero, se volvieron importantes y disfrutaron de los placeres pasajeros. No obstante, aun con todo ese “éxito”, sus vidas estuvieron vacías. Nunca estuvieron satisfechos sino descontentos. Jamás encontraron la felicidad duradera, permanente e imperecedera. No se llevaron sus pertenencias cuando murieron y ¡su fama pereció con ellos!

Lo que les faltó es lo mismo que les falta a todos los que no alcanzan el éxito verdadero: la séptima ley del éxito, la más importante de todas. ¡Este era el ingrediente que lo hubiera cambiado todo!

La ley que no se ha tenido en cuenta
He reservado la explicación de esta importantísima ley hasta lo último. Pero lejos de ser la última, es la primera en cuanto a su importancia vital. La he dejado hasta ahora por dos razones: 1) porque es precisamente la última que la gente reconoce y aplica; y 2) porque siendo la primera en hacer factible la obtención del éxito verdadero, quiero dejarla hasta el final para que quede grabada en la mente del lector.

Cuando contrae alguna enfermedad seria, la gente llama al médico. La mayoría confían automáticamente en los conocimientos y la pericia de los humanos, y en drogas, medicinas y bisturíes. Pero cuando el médico, tal vez en colaboración con algunos especialistas, llega a la conclusión de que la ciencia médica nada puede hacer, que sólo un poder superior podrá salvar al enfermo, entonces por fin ¡la gente clama con desesperación al Creador!

¿Es posible que el Dios vivo pueda ser un factor determinante en nuestro éxito o fracaso? Pocos creen que sí. La gente siempre rechaza cualquier idea de guía y ayuda divinas; sin embargo, si uno se encontrara naufragado en medio del océano sin agua ni comida, ¡no tardaría en creer que realmente hay un Dios viviente! En su desesperación de último momento, la gente clama a aquel
a quien ha negado, desobedecido y tenido en nada toda su vida. ¿No parecería axiomático que si hay un Creador benéfico y compasivo, listo y dispuesto a proporcionarnos ayuda de emergencia como último recurso, lo más sensato sería buscar su guía y su ayuda desde un principio?

Sin embargo, algunos adquieren riquezas, viven con toda clase de lujos y, finalmente, al perderlo todo, recurren a Dios. Otros se suicidan. Pocas personas confían en el Hacedor y Sustentador de la vida antes de que se sientan indefensos y desesperadamente necesitados de ayuda; y aun así su motivación principal es egoísta. Sin embargo, si pretendemos disfrutar de las buenas cosas de la vida, como libertad de temores y angustias, paz mental, seguridad, protección, felicidad, abundante bienestar, ¡la fuente que proporciona todo eso es el gran Dios!

Como todo nos viene de Él, ¿por qué no recurrir a esa fuente desde el principio? En esta época de adelantos científicos, de sofisticación y vanidad, no es de buena pose intelectual creer en la existencia de un Creador. En este mundo engañado, la existencia de Dios ha gozado de poca o ninguna aceptación en la educación moderna.

La importantísima séptima ley del éxito es tener contacto con Dios y contar con la guía y ayuda continuas de él.

La persona que coloca en último lugar esta importante séptima ley, ¡probablemente está condenándose finalmente al fracaso!

¿Por qué es de primera importancia?
Miremos nuevamente la primera ley, según el orden en que las hemos enumerado aquí. No se trata solamente de escoger una meta, cualquier meta. La primera ley del éxito es fijarnos, como objetivo principal en la vida, la meta correcta. Todos los hombres de éxito de este mundo han tenido objetivos, pero sus fines han sido materiales. Buscaron felicidad en la vanidad, en el prestigio, en las adquisiciones materiales y en los proyectos y actividades de orden físico. Buscaron la aprobación de la gente, pero la gente son seres humanos y sus vidas son temporales. Las cosas materiales tampoco duran para siempre, sino que se envejecen hasta caer en desuso.

Los principales objetivos de los que se supone que tienen éxito en el mundo, generalmente son dos: vanidad, que es el deseo de tener prestigio, y dinero, con las cosas que éste puede comprar. Pero la felicidad no es material y el dinero no es la fuente de ella. La vanidad, como dijo Salomón, ¡es como tratar de atrapar el viento!

Los hombres que hemos mencionado se enriquecieron. Sus cuentas bancarias sin duda rebosaban, pero sus vidas estaban vacías. Cuando se enriquecían, no se daban por satisfechos sino que siempre querían más. Por supuesto, estas victorias monetarias, estas adquisiciones materiales, les daban un sentimiento de satisfacción, pero nunca era duradero. Esa lucha continua de toda una vida, ese esfuerzo por “atrapar el viento”, esa búsqueda de valores falsos, dejó tras de sí una estela de temores, preocupaciones, recelos, decepciones, angustias, remordimiento, descontento, frustración, vacío y finalmente la ¡muerte!

No se puede negar que hubo placeres, ocasiones emocionantes, períodos de alegre disfrute de la vida y sensaciones agradables. Pero después siempre venían períodos de depresión; el vacío y el desasosiego interno siempre retornaban. Esto a su vez los empujaba a buscar satisfacción en las mil y una formas que ofrece el remolino de placeres y pasatiempos del mundo.

Pero éstos nunca llenaban el vacío; nunca satisfacían la verdadera necesidad interna. Estás personas probablemente nunca se dieron cuenta de esto, pero el vacío era espiritual, y ¡un vacío espiritual nunca se puede llenar con cosas materiales! Los hombres de “éxito” de este mundo aplicaron seis de las leyes del éxito, pero dejaron de lado a Dios, de manera que la felicidad que produce el verdadero éxito quedó fuera de su alcance.

Al parecer, hoy en día casi nadie se da cuenta de cómo y por qué fuimos creados, qué somos ni por qué existimos nosotros los humanos. ¿Por qué hemos de vivir en la ignorancia de estos elementos básicos del conocimiento?

Hay dos hechos básicos y esenciales que pasamos por alto:
1) Aunque el hombre es un ser material, hecho del polvo de la tierra, que se sostiene con alimento y agua material, fue creado para necesitar el alimento espiritual y el “agua viva” del Espíritu de Dios. Sin estos elementos espirituales, el hombre no puede ser verdadera y continuamente feliz. Ninguna otra cosa puede dar satisfacción verdadera.

2) El Eterno Dios que nos hizo a su imagen y conforme a su semejanza es el Creador de todo lo que existe. Todo lo que el hombre necesita para que su vida sea continuamente abundante y satisfactoria, debe proceder de Dios. Él es la fuente de abastecimientos. Él es el dador de todo lo bueno. ¿Por qué ignoran los hombres cuál es la verdadera fuente, tratando de obtener de donde no hay nada? Si alguien desea extraer agua pura y cristalina de un pozo, debe ir a un pozo que esté lleno de esa agua, no a uno que esté vacío. Dios dice en su Palabra: “Dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua” (Jeremías 2:13).

Además dice: “A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche. ¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura” (Isaías 55:1-2).

Ahora volvamos una vez más a la primera ley del éxito. Se trata de ¡definir el éxito! ¿Qué constituye el verdadero éxito? Una vez que hayamos entendido el verdadero significado del éxito, habremos hallado el único objetivo correcto. La meta verdadera determina el rumbo de nuestra vida. El éxito es el destino hacia el cual se dirige, es a donde ; final mente se llega, y el éxito verdadero incluye una vida feliz y placentera a lo largo del camino.

¿Tiene la vida algún propósito?
¿Existe, después de todo, un propósito en la vida? Si nos puso aquí un Creador, ¿lo hizo sin ningún objetivo? Un Creador con mente y poder tales que pudo diseñar y producir la mente y el cuerpo humanos, ¿pudo acaso haber dejado al hombre sin las herramientas, los ingredientes y los medios necesarios para cumplir su propósito?

Por supuesto, el hombre, separado de Dios, no tiene conocimiento de ese propósito, porque dicho conocimiento no es material sino espiritual, y las cosas espirituales no pueden ser percibidas por medio de los cinco sentidos físicos: la vista, el oído, el tacto, el olfato y el gusto. El conocimiento espiritual sólo puede ser trasmitido por revelación, y el mundo ha rechazado esa revelación. Los hombres, separados de su Creador, son por necesidad ciegos e ignorantes espiritualmente; andan a tientas en la oscuridad sin poder aprovecharse de las herramientas, los ingredientes v los medios adecuados.

Sin embargo, el Hacedor ha proporcionado un manual de instrucciones junto con el mecanismo humano que Él ha creado. Este manual contiene todas las respuestas verdaderas. ¡Revela el verdadero propósito de la vida, el destino potencial del hombre! Este manual de instrucciones, como lo han dicho algunos con justa razón, es “el libro que nadie conoce”. Casi nadie se da cuenta de que la mayor parte del clero del cristianismo tradicional pasa por alto casi el 95 por ciento del contenido de ese libro. La mayoría de los científicos y educadores de hoy suponen, errónea e ignorantemente, por desconocer los hechos, que la Santa Biblia contiene solamente los escritos de una antigua raza de judíos ignorantes que en el remoto pasado de superstición e ignorancia trataban de idear un concepto de un dios. Ellos no examinan el libro, como examinan otros documentos, para ver lo que dice.

Lo pasan por alto como algo inferior para su orgullo intelectual. Los religiosos creyentes en la Biblia generalmente citan y usan sólo un cinco por ciento de todas las Escrituras. No obstante, aproximadamente una tercera parte del contenido total de la Biblia consiste en noticias dadas por anticipado, las cuales se llaman profecías en terminología religiosa. Muy pocos prestan atención alguna a esta tercera parte de las Escrituras, por lo que la gran mayoría carecen de entendimiento.

Lo que casi nadie comprende es que el 95 por ciento de ese gran volumen que se pasa por alto es el manual de instrucciones que el Hacedor envió con su producto, tal como lo hace el fabricante de aparatos electrodomésticos. Cabe decir, sin embargo, que algunos eruditos se han quedado pasmados al darse cuenta de que este manual, aunque despreciado, calumniado y pasado por alto, contiene las respuestas a los interrogantes más fundamentales de la vida; revela el propósito de la existencia humana, las leyes que la gobiernan, lo que es el éxito y cómo se logra. Para ellos ha sido como descubrir una mina de conocimiento que ni siquiera sabían que existía. Se han dado cuenta de que este manual tiene sentido, que en verdad es el FUNDAMENTO mismo del conocimiento en casi todos los campos de la actividad humana, que provee el único enfoque correcto para la adquisición de otros conocimientos obtenibles.

La realización de ese potencial, como destino supremo del hombre, es el único objetivo verdadero. Esa es la razón por la cual existimos, ¡para eso vinimos al mundo! Aquellos que se han esforzado, que han luchado y bregado para alcanzar cualquier otro objetivo, han malgastado sus vidas y han luchado en vano. De hecho, ¡no lograron nada! Desde que el hombre fue puesto sobre la tierra, ¿cuántos han conocido ese designio, ese verdadero objetivo de la vida? Muy pocos en verdad.

La ayuda, la guía y la iluminación que vienen de Dios son indispensables al comienzo mismo, cuando un joven o una joven debe elegir la meta correcta.

Sin la guía divina, el objetivo que se elige siempre es equivocado. Esta es la razón por la cual la gente pobre que tiene menos conocimiento y que posee menos bienes materiales, a veces parece ser la más feliz. En realidad no son más felices; ¡simplemente están menos descontentos! No han avanzado tanto en la dirección equivocada como aquellos que vana y presuntuosamente se creen mejores y más inteligentes.

La vida tiene un propósito. Dios puso en vigor leyes infalibles que producen felicidad, seguridad y todo el bien que el hombre desee. ¡Esas leyes constituyen el camino de vida que lleva al cumplimiento del designio de Dios para nuestra vida! ¡Pensemos en esto por un momento! Los automóviles son diseñados y construidos por sus fabricantes humanos para trasportar pasajeros, y trasportarlos en forma más rápida y cómoda que los antiguos coches de caballos. No sería ridículo si un automóvil tuviera mente y libertad para actuar y dijera: “Esto no tiene sentido. Creo que no fui hecho para trasportar gente, creo que fui hecho con otro fin; me rehúso a trasportar gente. Quiero ser un instrumento para observar las estrellas en los cielos”.

Al parecer, el hombre es el único estúpido e insensato que, habiendo recibido el potencial de su mente y una capacidad de inteligencia superior a todas las demás criaturas de Dios, dice: “¿Por qué me has hecho así?” ¿Cuál es, pues, el PROPÓSITO para el que fuimos puestos sobre la tierra?
El género humano ha perdido totalmente el conocimiento de esto. Para la gente ebria, ebria espiritualmente con los falsos conceptos materialistas de nuestros días, la revelación de ese propósito les parecería extraña, absurda e imposible. Trasciende con mucho a cualquier cosa concebida por la humanidad de este mundo entenebrecido, de manera que su descubrimiento sería demasiado excelso para ser aceptado o comprendido.

Baste decir, que ¡el hombre fue creado con el fin de ser moldeado y finalmente elevado a la perfección del carácter mismo de Jesucristo! En Cristo están estampados actualmente el carácter y la imagen misma del Padre Eterno, así como su aspecto glorioso. El que un ser mortal llegue a tener ese carácter espiritual perfecto, a imagen de Dios, significa que ¡debe ser TRASFORMADO!

La Biblia describe a Dios como el Alfarero Supremo y a nosotros como el barro. Somos, literalmente, imágenes de Dios, en barro, formadas del polvo de la tierra (Génesis 2:7). Así como hemos traído la imagen del “terrenal”, traeremos, cuando seamos trasformados, la imagen del celestial: de Dios (1 Corintios 15:47-49). Por eso somos imágenes de barro con mente humana, disfrutando de libre albedrío, ya sea para someternos o rebelarnos, con potestad para tomar decisiones y ejercer voluntad.

Libertad para escoger
¡Entendamos esto! Los seres humanos pueden obrar a su libre albedrío. Dios nunca les obligará a que sigan su camino y obedezcan sus leyes “a la fuerza”. Él no solamente permite que los seres humanos escojan el camino indebido, sino que les obliga a que tomen su propia decisión. De otra manera, ¡su propósito divino sería frustrado!

El Dios vivo ha puesto frente a nosotros dos caminos. Uno, el suyo, que es la fuente o la causa de todas las cosas buenas que anhelamos ahora y del verdadero éxito para siempre. El otro camino es el del egoísmo, de la vanidad, la codicia y la envidia. Este último es el camino que la humanidad ha escogido al rebelarse contra Dios y contra su ley; es el que causa toda la infelicidad, el sufrimiento, los males y que termina en muerte. ¡Dios nos exige que escojamos! Pero al mismo tiempo nos manda que escojamos el camino que conduce al éxito verdadero (ver Deuteronomio 30:19).

Necesitamos ayuda
El éxito máximo y VERDADERO es algo que no podemos obtener por nosotros mismos. El ingrediente que hace falta es la guía y el poder espiritual de Dios. Cada uno en lo individual tiene que tomar la decisión. Le corresponde a cada uno fijarse la meta correcta. Es cuestión de voluntad propia: Cada individuo tiene que esforzarse al máximo, luchando por vencer, crecer, desarrollarse espiritualmente y perseverar en el camino correcto. Sin embargo, sólo el Eterno suministra el ingrediente vital: su poder, su amor, su fe, su guía, ¡su vida!

La séptima ley lo cambia todo
¡Entendamos cuan DIFERENTE se vuelve toda la vida cuando se pone en acción esta séptima ley del éxito! Primero, altera completamente la meta principal, como ya lo hemos explicado. Por supuesto, el individuo puede tener otras metas menores, tal como una profesión u ocupación que satisfaga a su vez las necesidades materiales y físicas y le ayude a alcanzar la meta principal. Estas metas menores siempre deben estar en armonía con la meta principal y deben contribuir a su cumplimiento.

La meta primordial del que acata la séptima ley del éxito se convierte de material en espiritual. Esa persona sigue el camino de vida de los 10 mandamientos. De hecho, vive en armonía con toda la Palabra de Dios, es decir, la Biblia. Volvamos ahora a examinar la segunda ley del éxito. La aplicación de la séptima ley requiere un cambio en la educación y preparación de la persona. Implica aprender los valores verdaderos de la vida, tanto los de esta vida como los del futuro.
Esto significa que la biblia, el manual de instrucciones del Hacedor, se convierte en el libro de texto número uno. Ésta revela la mente de Cristo y le proporciona al individuo sana dirección mental en toda su educación y experiencia.

Luego, la persona que aplique la séptima ley recibirá el conocimiento que Dios revela acerca de las leyes de la salud. Consideremos la cuarta ley. Si uno es motivado por la Palabra de Dios, tiene empuje. Dios ordena que todo lo que nos venga a la mano para hacer, debemos hacerlo según nuestras fuerzas (Eclesiastés 9:10). Debemos trabajar con fervor. Todo lo que merece ser hecho, ¡vale la pena hacerlo bien! Numerosos pasajes bíblicos ordenan que nos apliquemos con diligencia y ahínco al cumplir con nuestras obligaciones en la vida.

Las Escrituras nos enseñan el ejemplo de trabajar diligente y concienzudamente. Muchos de estos pasajes nos instruyen a buscar solícitamente la dirección y ayuda del Eterno; varios otros nos instan a guardar sus mandamientos con diligencia. ¿Qué hay con respecto al hombre de negocios? “¿Has visto hombre solícito en su trabajo? Delante de los reyes estará; no estará delante de los de baja condición” (Proverbios 22:29).

La Biblia no condona la pereza o la negligencia. Nos aconseja a considerar la manera de actuar de la hormiga y así crecer en sabiduría (Proverbios 6:6-11). ¡El manual de instrucciones del Hacedor nos ordena que seamos diligentes en todo lo que emprendamos!

Para resolver los problemas
Ahora, la ley número cinco. No importa cuán inteligente, alerta o ingeniosa sea una persona, necesita la sabiduría y la ayuda de Dios para resolver los problemas y hacer frente a los obstáculos que obstruyen de vez en cuando la senda de la vida, ya sea en los negocios, en una profesión, en la vida privada o en algún otro aspecto de la vida. El hombre que tenga contacto con el eterno, el que pueda exponer estos asuntos, estas emergencias y estos problemas ante el trono de gracia, en la quietud de un lugar privado de oración, buscando el consejo de Dios, recibirá la guía divina! Por supuesto, la recibirá siempre y cuando sea sumiso, obediente, diligente y fiel.

La sabiduría viene de Dios. Me permito relatar un ejemplo personal de este principio. Dios ha bendecido su obra y ha hecho que se convierta en una tremenda labor de alcance internacional con oficinas en varias partes del mundo. Él me ha colocado en el puesto de director y dirigente humano sobre esta creciente obra con sus centenares de empleados. Tenemos que afrontar y resolver constantemente problemas de toda clase. Hay obstáculos que vencer, normas que establecer, decisiones que tomar que afectan muchas vidas y a menudo implican miles o aun millones de dólares. Es una responsabilidad tremenda.

Recuerdo que desde que tenía cinco años o menos, siempre deseaba tener entendimiento. Pero hace más de 50 años descubrí con tristeza que tenía gran necesidad de sabiduría. Habiéndome dedicado a vivir, literalmente, en armonía con cada palabra del manual de instrucciones de Dios, obedecí
este mandamiento: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios … y le será dada” (Santiago l:5). Acaté ese mandamiento de Dios y Él cumplió su promesa, pues me ha dado sabiduría.

Por supuesto, ha permitido que cometa errores, pero nunca un error grave que perjudicara su gran obra. La sabiduría debe ser aplicada en forma individual, a cada circunstancia específica. Aprendí hace muchos años cuan necesario es reunir todos los datos relativos a un caso antes de tomar una decisión, lo cual siempre trato de hacer. Pero se requiere más. El libro de los Proverbios nos enseña que en la multitud de consejeros hay seguridad (Proverbios 11:14).

Cuando hay que hacer una decisión importante, llamo a los consejeros más competentes, especialistas en el caso bajo consideración. Si usted, lector, nunca ha tenido esta ayuda divina, ¡es simplemente imposible que comprenda lo mucho, pero mucho que esto significa! Cientos de veces hemos sido librados de errores costosos. Estamos libres de las preocupaciones y jaquecas que la mayoría de los hombres de negocios sufren debido a los problemas que los agobian. Podemos proceder con confianza, con la seguridad de la fe. ¡Qué bendición! ¡Qué consuelo y alegría!

¡Vale la pena!
Quienes tratan de arreglárselas en la vida sin la guía del Cristo viviente, están perdiendo la ventaja más práctica y valiosa que pudieran tener. En nuestro vernáculo diríamos: “¡Vale la pena!” Es preciso, sin embargo, que nos esforcemos y que pensemos. Tenemos que valemos de todos nuestros propios recursos y aplicar el ingenio, pero contamos además con la seguridad de la guía divina.

Dios a menudo produce las circunstancias favorables. Él literalmente nos “abre las puertas”. ¡VALE LA PENA tenerlo como guía! Finalmente, consideremos la sexta ley del éxito: la de la perseverancia, tenacidad y constancia, de no darse nunca por vencido. El manual de nuestro Hacedor está repleto de advertencias respecto de esta ley. Jesús, en la parábola del sembrador y la semilla, nos muestra cuatro grupos de personas. Todas las personas descritas en la parábola oyen el mensaje de Dios. A todas se les da la oportunidad de responder favorablemente. Tres grupos ¡se dan por vencidos! Otro no logra progreso alguno. Dos grupos principian con gozo y gran fruto, pero permiten que las antiguas amistades y los cuidados y placeres de esta vida les desalienten y ahoguen.

Los del otro grupo sencillamente no tienen la profundidad ni la fuerza de carácter para perseverar; son desertores por naturaleza. Aun de aquellos que continúan y perseveran, algunos son más diligentes, más ingeniosos, mejor preparados y más cuidadosos de su salud, de manera que logran un mayor desarrollo de carácter y de conocimiento espiritual que otros. ¡Ellos recibirán una recompensa mayor! Jesús dijo: “El que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mateo 24:13).
Sí, estas siete leyes son el camino, no sólo para el éxito comercial y económico, sino que son las leyes que conducen a una existencia rica, abundante, y lleno de interés y, al final, a una vida eterna y de gloria en el reino de Dios.

Estas leyes nos enseñan a escoger la meta correcta. Nos enseñan a procurar con diligencia presentarnos a Dios aprobados. Nos enseñan a adquirir conocimiento, educación correcta y preparación para el éxito. Nos enseñan a cuidar la salud. Nos enseñan diligencia, empuje y dedicación persistente. Nos enseñan ingeniosidad y nos ofrecen ayuda divina en su aplicación y nos enseñan ¡perseverancia hasta el final!

¡Que feliz y segura es la vida cuando está llena de fe y confianza en el Dios Creador! ¡Rebosa bendiciones y gozo! Yo lo sé. ¡He venido disfrutando esta clase de vida por más de medio siglo! Es una vida activa, pero interesante, emocionante, feliz, con abundantes bendiciones y una constante expectación hacia la meta suprema: la eternidad en el reino de Dios!
¡Quiero compartir esta verdad con usted! ¡Usted también puede disfrutarla!

Espero que esta enseñanza que les he compartido produzca en cada uno de ustedes el deseo de poner en práctica estas 7 Leyes. Puede ser que solo esté fallando en una, pero podría ser que ésta sea la más importante: la número siete que en realidad es la primera!!!

Lo animo a crear una relación personal con Dios, Él ha dicho en su Palabra que a los que creen en el Señor Jesucristo y le reciben, los hace "hijos" suyos, los trae a la familia de Dios, los hace nacer de nuevo!! Tome esa oportunidad que Dios le extiende en forma gratuita...no se arrepentirá..!!

Tomado del libro: "Las 7 Leyes del éxito" de Herbert W. Armstrong de la Iglesia de Fidadelfia de Dios.
Leer más...